jueves, 14 de junio de 2018

Pangea

El Atlántico es el campo de batalla de Pangea.

Ese joven océano de cerca de doscientos millones de años,
con sus Antillas, sus Bermudas, sus Cíes, sus Canarias,
sus Feroe, sus Malvinas, su Caribe,... ¡ay, sus Azores!

Esa inculta división cultural entre el viejo y el nuevo mundo,
con sus descubrimientos, sus transatlánticos, sus tratas,
su OTAN, sus tratados y sus malditos tratos.

Ese cementerio de aguas residuales, hidrocarburos e hilillos de plastilina,
con sus puertos de doble filo, sus plásticos, sus acantilados
y sus playas donde se calman las mareas y las resacas.

Esa cuna de huracanes y ciclones, de nieblas e icebergs a la deriva,
con su límite con el frío polar al norte y al sur,
con su gran espina dorsal tectónica.

Ese contoneo configurado por los continentes que lo limitan,
con sus estrechos, sus mares, sus golfos
y sus canales, naturales o no, para un mar en fuga.

Ese bullerengue por allá y ese fado por acullá,
con su son, su copla, su bolero, su bachata, su cumbia,
su guiajira, su rumba, su calipso, su merengue, su chachachá,...

Ese titán de aguas bravas sin un cielo que sujetar,
con el rumbo de los mitos y mentiras bajo sus oleajes,
con su Atlántida o, tal vez, sin ella.

El Atlántico es ese mar de dudas donde se ahogan
las lágrimas negras (1) de nuestra distancia. No, woman, no cry (2),
que antes de morirme quiero echar mis versos (3) por la borda.


(1) Miguel Matamoros
(2) Bob Marley
(3) José Martí

Con ocasión del encuentro de verdes escritores en Moguer 2017

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