martes, 2 de octubre de 2018

La red celestial

Todo comenzó con un click.
Aquel ímprobo ser inexistente, aburrido como estaba aquella tarde sin definir y que luego vino a caer en domingo, decidió acceder a su cuenta en la red celestial, por medio de la cual se comunicaba con todos los demás seres inexistentes, y crear un grupo en el que incluyó a todas sus amistades sin consultar si hacerlo con ninguna de ellas.
Yaveh, nick que usaba habitualmente y que cambiaba, a veces, por el de Jehová, sólo quería ser administrador de algo que no fuera un caos ni pudiera atarse, tampoco, con cuerdas.
Claro: pronto empezaron los problemas porque no hay ombligo con más ego que aquél que no se conoce abarcable.
A Zeus no le hizo ni pizca de gracia que inmatricularan su terreno y el grupo comenzó a dividirse como se dividen las opiniones.
Yaveh cambió el nombre del grupo Olimpia por el de Génesis.
Yaveh creó un crowdfunding para iluminar a todos con su sapiencia, a lo que Ra respondió con emoticonos de enfado.
Tampoco gustó mucho que Atenea saturara el grupo con post de fotos y vídeos de lechuzas.
Xochipilli invitó a los miembros del grupo a un juego virtual en red pero tuvo un rotundo fracaso de seguimiento ya que Hades se quedó en el banquillo mientras Maradona pedía bola.
Venus envió una petición de unirse al grupo que, sorprendentemente, fue rechazada de inmediato por carecer de las características necesarias dada su imagen escasamente virginal y de nada sirvió que se comparara con Eros: su papel, como buena mujer, habría de ser subyugado o no ser.
Entre tanto, un mortal -¡ya ves tú, un simple mortal, quién coño insumiso se creería!- consiguió infiltrarse en el grupo y, tras dejar una sólida prueba de su paso sobre la página del mismo Yahvé, fue denunciado por un grupo de fans de éste por uso prohibido de la red social y le cerraron la página temporalmente.
Un ratón se filtró también en el grupo pero todos estaban tranquilos porque ya eran unos desdentados y no temían que Pérez hurgara bajo sus almohadas en la nube.
En medio de estos desaguisados, llegó el séptimo día, que vino a llamarse sábado y a ser el más ocioso, por lo que el grupo se llenó de mensajes cuyo contenido venía, más o menos, acariciaba ser el siguiente:
Mi unicornio azul ha abandonado el grupo.
La sirena Ariel ha abandonado el grupo.
Pitufo gruñón ha abandonado el grupo.
Pinocho dice que va a abandonar el grupo.
Nicolás -¡ho, ho, ho!- ha traído regalos para todos.
Pitufo gruñón ha sido añadido al grupo.
Belcebú ha invitado a cenar a Grizmo.
Grizmo ha subido un vídeo cantando bajo la lluvia.
Pinocho ha cambiado su foto por una de perfil y no cabe.
Minotauro solicita ayuda para saber cómo salir del grupo.
Pitufo gruñón ha abandonado el grupo...
Yaveh, al fin, decidió tomarse un descanso y eliminar su perfil; creó unos muñecos de barro con costillas extraíbles de género y, aburrido como un niño con sus propios juguetes, decidió aparecerse a algunos de ellos de sorprendente existencia longeva, adoctrinarlos y dejar al resto de muñecos al cuidado de los primeros bajo las consignas de la usura, la inquisición, la avaricia, la misoginia y la pederastia, entre otras tantas lindezas.
Al redactor de esta ficticia historia lo podrán enjuiciar por ello mientras a los redactores de las ficticias historias paralelas les dedican finitas páginas de seguidores en la plana red.
No os olvidéis de traerme tabaco, llegado el momento.

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